Chingaza: crisis de racionamiento y de razonamiento
Germán I. Andrade
No es un eslogan vacío
decir que “para ordenar el territorio hay que ordenar primero el pensamiento”,
frase atribuida a un líder kogui. La forma inadecuada de pensar el territorio
de la Sabana de Bogotá se refleja en la ecuación oferta-demanda en esta alta
montaña, que es compleja e inconveniente. Estamos frente a un desequilibrio
tenso que, más que coyuntural, es estructural.
De un lado está la demanda, frente a la
cual es posible proyectar con exactitud, dentro de un margen de confiabilidad,
cómo sería el aumento del consumo de agua frente a diferentes escenarios de
crecimiento y hábitos del consumo. En este cálculo se han introducido, acaso
intencionalmente, cantidades de consumo futuro infladas, que terminan siendo
funcionales para un modelo de crecimiento. La respuesta ha sido aumentar la
oferta, a través de la adecuación del sistema hídrico a las necesidades
humanas, de tal suerte que hoy es posible argumentar cuánto del crecimiento que
ya ha sucedido fue posible en un gran porcentaje por el sistema Chingaza en su
primera fase.
Pero ¿cuánta agua hay
disponible a futuro? Aquí el factor de la ecuación de la oferta es ante todo
complejo, por lo impredecible que resulta saber el futuro del agua en un
escenario de tensión climática. En las proyecciones se afirma que en esta parte
de la alta montaña el agua tendería a disminuir. Adicionalmente, la disminución
de la oferta de agua que nos llega desde la Amazonia, por la posible disrupción
de los ríos voladores, nos delinea un futuro de riesgo marcado por una
incertidumbre esencial, debido al comportamiento desconocido del sistema
ecológico y climático en escala regional.
Es necesario aplicar a
fondo del articulo 5 (1) de la ley 99 de 1993, que dice que el Estado debe
“formular la política nacional en relación con el medio ambiente y los recursos
naturales renovables, y establecer las reglas y criterios de ordenamiento
ambiental de uso del territorio y de los mares adyacentes, para asegurar el
aprovechamiento sostenible de los recursos naturales renovables y del medio
ambiente”. En este sentido, el poblamiento del territorio ha estado en manos de
la política y el mercado, que promueven sinérgicamente la urbanización. Un
asunto critico hoy es discutir si sería sensato seguir adecuando el sistema a
través de la construcción del Chingaza II. ¿Seguir urbanizando pretendiendo
adaptarnos al cambio climático? En este escenario imprudente solo restaría
implementar una política contundente de ahorro y reúso del agua, que nos
generaría el único balance adaptativo frente a la disponibilidad futura del
recurso.
Surge en el escenario político la urgencia
de formular un estatuto ecológico para la Sabana de Bogotá, el cual, a la luz
del artículo 61 de la Ley 99 de 1993, no sería otra cosa que controlar o
dirigir el crecimiento de la demanda de agua con criterios de adaptación al
cambio climático, asunto imposible solo mediante los Planes de Ordenamiento
Territorial o los de ordenamiento de las cuencas hidrográfica. El interés
ecológico nacional de la Sabana de Bogotá se escribiría hoy en términos de su
alta vulnerabilidad socioecológica ante el cambio ambiental global.
Tomado del Espectador
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